Se veía venir. Cuando alguien (una persona, una institución, un gobierno) desprecia el conocimiento y se entusiasma con su propia capacidad para sustituirlo por propaganda, ideología, misticismo o «datos» precocinados, sabemos que más tarde o más temprano la realidad se hará sentir con todo su peso y dureza.
Ayer por la mañana, mientras el tren circulaba entre una espesa niebla, mire a la pantalla del vagón. Origen: «Sin origen». Destino: «Sin Destino». Maldito sistema operativo.
Aunque hay mucho con lo que simpatizo en este post, no dejo de maravillarme ante la (¿cándida?) inconsciencia que los científicos muestran respecto de sus propios intereses. En particular, el modo en que se sortea sin abordarlo el argumento 1
Sin el énfasis sobre los impactos, el presupuesto para la ciencia habría sido recortado drásticamente
es asombroso. Lo realmente valiente es asumir el coste de defender las propias premisas, lo que llevaría en este caso a solicitar más atención a la ciencia básica, aunque esto signifique menos dinero.
LRI es como el Guadiana, viene y va sin motivo aparente. A partir de hoy y hasta el 7 de enero, sin embargo, el blog estará callado por razones que no es necesario explicar. Feliz Navidad y Próspero (sic) 2014 a todos los que estáis ahí fuera.
Esta reciente entrada de Steve Randy Waldman me resulta… incómoda. Su argumento, que los economistas infravaloran la aportación al crecimiento de las políticas redistributivas porque
«la economía no es una fábula moral», y reducir la desigualdad sería lo moralmente correcto
es, por supuesto, discutible. Pero cuando alguien -como el autor del comentario nº54 («Luis Enrique»)- presenta el argumento contrafactual, no me resulta creíble. Quizá la ideología no pese tanto en la economía académica como denuncia SRW, pero su influencia no es liviana.
Ashwin Paramesaran está de vuelta, y en plena forma. How to commmit fraud and get away with it: A Guide for CEOs es pura brillantez. No es necesario aceptar el tono conspiracional del artículo: es sólo el reclamo. El núcleo está en la identificación precisa de un enorme agujero en la regulación de nuestras economías, por el que se cuela el aire helado de la corrupción.
La Ruta Inconsciente 